GOMORRA-CAMORRA

1 12 2008

En Nápoles todo el mundo lo llama El Sistema. Camorra sólo lo usan periodistas y policías. Desde que el escritor Roberto Saviano (Nápoles, 1979) titulara su libro Gomorra han pasado dos años, se han vendido más de 1,5 millones de ejemplares, se ha traducido a 30 idiomas y ahora Camorra y Gomorra son sinónimos.

El best seller-denuncia de Saviano, un primer libro impactante, duro, seco y muy documentado, todo menos una lectura fácil, le ha valido a su autor una fama poco agradable, porque los bosses lo tienen en el punto de mira y ahora vive con escolta. Pero el grito que cierra el libro -«¡malditos bastardos, todavía estoy vivo!»- y el coraje de su investigación sobre el imperio criminal globalizado levantado por la mafia napolitana, han cruzado ideologías, fronteras y géneros.

La ha dirigido Matteo Garrone, un cineasta romano de 39 años, y en el guión han participado seis personas, incluidos Garrone y Saviano, comandadas por otro escritor napolitano, Maurizio Braucci. Antes de su estreno, el film ha creado enorme expectación y algunos problemas. Las escenas de un asesinato camorrista fueron robadas con un teléfono móvil por unos jóvenes que asistían al rodaje en Nápoles, y luego fueron colgadas en YouTube. «La policía creyó que eran reales, abrió una investigación y me llamó a declarar», explica Garrone.

La película es «complementaria» al libro, no lo sigue al pie de la letra. «No damos nombres y apellidos, ni hablamos de tal o cual clan, no es una denuncia ni un reportaje. Simplemente, desarrollamos algunos temas universales, la amistad, la guerra, la muerte, la contaminación, contándolos desde dentro».

Sergi sánchez, periodista de la revista Fotogramas, la describe así: «Lo primero que llama la atención de la mirada de Matteo Garrone sobre la Camorra italiana es su empecinada obsesión por desglamourizarla. El territorio feudal de la mafia es una Italia desolada, un paisaje después de la batalla que parece tan lejos de la Europa del bienestar como cerca de las ruinas de una guerra que puede no acabar nunca. Viendo Gomorra se tiene la sensación de escuchar el último suspiro de unos cuantos muertos vivientes que aún no saben que lo son: el contable que reparte dinero entre los que tienen algún familiar en la cárcel, los chicos que vagabundean por los suburbios o los tipos que entierran residuos tóxicos ilegalmente son fantasmas que vagan erráticos por un purgatorio apocalíptico. Son marionetas cuyos hilos mueve un poder invisible pero omnipresente, que interconecta sus vidas en un mosaico desdramatizado, observado por Garrone con la austeridad necesaria para que el espectador pueda soportar la dureza de sus conclusiones. Gomorra es un estólido parte de guerra que no necesita dar lecciones de ética: solo mostrando los hechos, terroríficos en su elocuencia, te hiela la sangre.»


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